lunes, 19 de noviembre de 2012

No tengo nada que decir.

No tengo nada que decir. No tengo nada que decir. Todo lo que tengo que decir es que no tengo nada que decir. Cuando uno no tiene nada que decir está un poco muerto. Sobre todo si eres un poeta frustrado. Cuando no tienen nada que decirte es aún peor. Te vuelves transparente. Y si los demás tienen algo que decir, pero a otros, es que no eres transparente, sino un obstáculo. A veces se encuentra una sonrisa entre la basura. Hace sol. La vida te habla, y buscas a alguien para contárselo. A veces sencillamente lo gritas en silencio, como aquí. Otras veces la vida te da la espalda, sospecha de ti y te niega el pan y sólo ofrece sal. Igualmente buscas a alguien para contárselo. O lo aúllas en silencio, aquí. Cuando la vida pasa, para bien o para mal, y sólo sale silencio de las entrañas… retírate a una cueva. Sólo. Cierra la puerta. Hiberna. Sueña, aunque sea dormido, que es una forma de soñar de a cinco duros. Si no tienen nada que decirte. Si no te buscan. O si los tienes delante y sus párpados caen pesados como juicios… quizá también estén muertos ellos. Aconséjales que se vayan a hibernar, y soñar, aunque lo hagan dormidos. Si lo que pasa es que su mirada se ilumina con otros. Si la sonrisa forzada sale natural con otros. Si los silencios que hablan por los codos sólo son contigo… Entonces amigo, el que debe retirarse eres tú. Aprende a irte cinco minutos antes de que te echen. Aprende a que te echen de menos antes de que te echen de más. Porque cuando no hay nada que decir, estarás muerto. Pero cuando no tienen que decirte nada sólo, únicamente a ti. Entonces… es que ya se dijo todo.

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